Hoy se conmemora el día del trabajo, y es una ocasión de júbilo y regocijo, no sólo por ser una ocasión para disfrutar de un feriado, o de una merecida pausa en nuestras diaria obligaciones, si no también debe llevarnos a reflexionar sobre el verdarero valor de lo que hacemos cada día, ya sea para ganarnos el pan, para sentirnos con vida o para ambas cosas.
El trabajo es la acción más noble del ser humano, y no es un cliché, si no un hecho. La nobleza del trabajo está en el acto transformador de la realidad que representa. La realidad humana es producto del trabajo humano modificador de la naturaleza circundante. A medida que la evolución humana ha ido progresando, el trabajo se vuelve un modificador de realidades cada vez más específicas, pero sin duda alguna sigue modificando la realidad a nuestro alrededor.
El trabajo implica movimiento. Por eso en la física el trabajo está bellamente expresado por la fórmula W = F x d. Es decir, solo somos conscientes que hemos trabajado, cuando nuestras fuerzas han logrado uno o varios desplazamientos. Y toda la filosofía socialista hasta Marx estaba basada en este principio, arcaico ahora en nuestros tiempos. El trabajo comienza a sufrir una grave degeneración cuando es víctima del juicio pobre y depectivo del ser humano, cuando comienza a ser degradado y fragmentado en sus componentes escenciales, algunos tan escenciales que robots y máquinas rudimentarias son capaces de realizarlo. El trabajo se masifica, y al simplicarse se masifica aun más. Por lo tanto, y aplicando las inmorales leyes de la oferta y la demanda, su precio disminuye.
"El obrero se ve obligado a venderse cada día al burgués dueño de los medios de producción", esta bella cita de "Manifiesto del partido comunista" también se vuelve arcaica en nuestros tiempos, porque ahora los dueños de los medios de producción se escudan en el vil anonimato de las corporaciones. Los acumuladores del capital se escudan en entidades despersonificadas, que pueden ser todo los inmorales, corruptas, y explotadoras, al final no son personas, son corporaciones (y de paso, al no ser personas, cotizan menos impuestos que el común de los mortales).
La venta diaria de nuestro trabajo y en muchas ocasiones de nuestra dignidad humana, es un fenómeno que implica a todos, no solo al clásico proletriado del cual hacen mención los desfasados libros de Marx o Lenin. Ahora todos, incluso los mismos capitalistas, debemos vendernos diariamente.
Recuerdo ese maravilloso año de 1986, cuando comencé a leer la colección ABC de los conocimientos sociopolíticos (a ser reseñado brevemente en esta bitácora). Uno de estos volúmenes llevaba el título "¿Qué es la plusvalía?". En él se explicaban en buen detalle las formas en las que el capitalista, se apoderaba del valor del trabajo del obrero. El libro también sufría del defecto de reciclar simplonamente las nociones marxistas, y no investigar los modernos medios de explotación.
Entonces, el trabajo sufre varios métodos modernos de degradación. Degradación al simplificarse y por ende, masificarse. Degradación a despersonalizar al dueño de los medios de producción (capital) y eximirlo de toda responsabilidad social y altura moral. Elevación facticia del costo de la vida, para que se genere la necesidad de la venta cotidiana del trabajo, y de esta manera, disminuir más su valor y su precio. Como factor final y en consecuencia del último enunciado, generar deuda, que obligue al trabajador a sobrepagar por los bienes que disfruta, y que no pueda alcanzar el nivel de independencia necesario para poderle dar más valor a su trabajo.
La mayor corporación capitalista neoliberal, el sistema financiero, se convierte en el último elemento que obliga a depreciar el trabajo. Al generar un nivel alto facticio del costo de la vida, el trabajador se ve obligado a recurrir al crédito, muchas veces para lograr su sustento cotidiano. Entonces el crédito, el más impersonal de los medios de explotación, se vuelve la herramienta que nos obliga a tener cada fin de mes una espada de Damocles que pende agudamente sobre nuestras cabezas. El crédito se basa en varias de las debilidades humanas, como la avaricia y la codicia, pero en su mecanismo explotador, se basa en la verguënza innata que tenemos al contraer una deuda. Sí, el crédito se basa en el yugo de la deuda. Nadie llama a esos vistosos trozos de plástico en alto relieve, magnetizado y recientemente, microprocesado, tarjetas de deuda, se llaman tarjetas de crédito. El hecho de que aun tengamos un trabajo que a fin de mes nos permite liquidar una cabeza de la hidra deudora, no implica que matemos de una vez a la hidra, ni que le puedan nacer más cabezas, cuando la corporación financiera decida renegociar los intereses.
El crédito deprecia más el trabajo, sobre todo cuando se reparte como rosetas de maíz y derrepente nos vemos propietarios de bienes que siempre ansiamos, o que nos engañaron para ansiar, mas a la vez nuestro trabajo se convierte en la propiedad de aquellos que sobrecostearon esos bienes, y de aquellos que nos obligarán a pagar, mes a mes, varias veces el costo original de los mismos. Por lo tanto el trabajo también vale menos, sobre todo si es la febil hormiguita intentando empujar al elefante de la deuda.
El crédito basura ha puesto al capitalismo de rodillas recientemente, pero aún así no aprendemos de nuestros errores. Serán tal vez los genes primitivos de nuestros antepasados, que nos alientan a la inacción luego de una gran aventura, los que ahora nos lleven a adquirir cosas que no podemos pagar, confiando en el futuro, en nuestras fuerzas, en dios o la buena fortuna. Todo eso es bien promovido por los mercachifles degradadores de la más noble acción del ser humano. Dicha acción ahora se cuantifica cada segundo, y el capitalista moderno saca las cuentas de cuanto ganará si le paga a todos sus trabajadores unos cuantos segundos menos de trabajo. Ahora la enfermedad debe ser justificada con mil y un documentos, incluída una bula papal y un trozo del corán autografiado por Khadafi. De esta manera, el trabajador enfermo no tiene derecho a percibir el sueldo ya que no ha estado modificando la realidad de la materias y productos que no posee en esas horas.
Y aun peor, que tal si las grandes corporaciones deciden que no obtendrán las ganancias esperadas, derrepente ven que es más lucrativo liquidar la empresa, cobrar los dividendos por anticipado, cobrar los seguros por bancarrota, y el trabajador que volvía a realidad de esa empresa posible y modificable, bueno, a la para.
Este año, el trabajador ve reducido aun más el valor de lo que realiza, incluso por fuerzas a las que no puede acercarse. Deudas internacionales a miles de kilómetros afectan realidades que no ven, y ojos que no ven, corazones que no sienten. Alguna vez Lenin, en una postura ultra utópico positivista dijo que el imperialismo era la fase superior del capitalismo y su última fase. Yo creo que la última fase del capitalismo se está gestando recién. Nosotros tenemos la fuerza y las herramientas para contribuir con su extinción. Esta fuerza está en la red. Difundamos la idea de no endeudarnos, metámosle tijera a nuestra tarjeta de crédito. "Cortemos" los costos de nuestra vida, hagamos un "down sizing" con nuestras posesiones, y no prestemos atención a los medios de "información" que nos preconizan a malgastar lo que a veces nos cuesta sudar sangre, o nos atan a una deuda agobiante. Unámonos para desemascarar todos y cada uno de los esquemas que usan las corporaciones financieras para poder sonsacarnos más dinero, y difundámoslas. La red puede darle voz e imagen a cualquiera hoy, y eso al fin nos da una verdader herramienta democrática, no el hecho de cada cinco o cuatro años marquemos un papel que al final no nos libera, ni nos da voz. Busquemos alternativas a la compra de bienes innecesarios, y busquemos ilustrarnos y culturizarnos más para no seguir comprando con nuestro dinero, o con nuestro crédito lo que no nos hace falta.
Derrotemos al consumismo, a la deuda basura, al trabajo masificado. Al menos expongamos y difundamos sus entrañas purulentas, para que más gente pueda un día como hoy, primero de mayo, festejar el hecho de laborar como algo valioso, más allá de los conceptos y teorías.
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