miércoles, 20 de enero de 2010

QUE NO PUEDO VERLA

En un reciente post me dediqué a resaltar las virtudes del grandioso poema épico Boewulfo. Que conste que no he querido ensalzarlo sobre otras creaciones líricas, solo he dado constancia de ser el primer poema que me impresionó. Pero acaso no merece igual importancia el primer poema que escuchamos y que nos causó enorme impresión. Debe notarse que es más probable que leamos poesía a que la escuchemos declamada por alguien. En mi querido y recordado Trujillo, una gran parte de nosotros escuchó declamaciones en los cines, antes de las funciones, especialmente los versos de Nicomedes Santa Cruz. Por mi parte, el primer poema que escuché fue de un peso pesado de la literatura:


2. LA SANGRE DERRAMADA

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par,
caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras

¡Que no quiero verla¡
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un rio de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.

¡¡Yo no quiero verla!!


(Federico García Lorca)


Este colosal poema fue colocado como fondo lírico a um montaje de imágenes de un programa taurino que pasaban en América televisión durante los años ochenta, en mi memoria temprana quedaron grabadas para siempre esas imágenes de la plaza de toros, los corridos, los tendidos, los burladeros, y también los interiores y vestuarios de los toreros. Junto con tantas metáforas bellas, el maestro García Lorca hace gala de una métrica impecable, que le dicta al corazón su palpitar emocionado, y compartimos la desgarradora pena ante la pérdida de su amigo. La poesía de García Lorca no es solo inmensamente bella, si no también magistral, se puede aprender tanto de ella.

Aquí tenemos un muy decente registro, solamente en audio, de este poema.

(Publicado originalmente el 9 de diciembre del 2009)

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