lunes, 13 de septiembre de 2010

Libro clave: Hasta que la muerte nos separe, de John Dickson Carr


En toda la vorágine sub literaria a la que me lancé en aquél otoño del 86 estuvieron decenas de novelas policíacas (todas ellas en ediciones baratiolas de la editorial Dragon, La Habana) una representó el clímax del bolondrón policíaco. La Summa Teológica del misterio homicida, del asesinato imposible, del crimen perfecto: el cuerpo hallado en una habitación cerrada por dentro.

Ese es el problema fundamental, determinar si la víctima lo era por mano propia o ajena. La mayoría de libracos que trataban el tema siempre colocaban al despistado agente de la policía en el rol del tonto convencido del suicidio. Pero indicios imposibles o a veces tirados de los pelos al final probaban que el caso era no solo un homicidio, si no que hasta el mismo occiso era cómplice de su fenecimiento. El detective, hacía galas de poderes de razonamiento que habrían hecho morir de envidia a Sherlock Holmes, Auguste Dupin o Hercule Poirot (Puaró), e incluso con una lógica tan pasmosa que podría victimar de biliverdínico sentir al mismo Parménides.

En este caso somos testigos de una misteriosa disrupción del continumm harmonicum en la vida de Dick Markham, cuando se entera que su prometida (graficada bellamente en la portada al inicio de esta entrada) no es quien aparenta, el revelador recibe accidentalmente un tiro, y también no resulta ser quien aparenta, hasta que al final no resulta estar vivo a la mañana siguiente. Los dilemas se instalan de forma casi continua, sobre todo encontrarse el occiso en un cuarto cerrado por dentro, pero al mismo tiempo, víctima de un poderoso somnífero que habría imposibilitado su suicidio.

Ante tantas variopintas complicaciones entra en escena el gigantesco y sesudo Dr. Gideon Fell, quien con su connotada sapiencia logra echar luces sobre este embrollo, que llega a una conclusión inesperada y sumamente dramática.

La trama de este libro es una de las más adictivas que he experimentado; apesar de haberlo leído varias veces, siempre encontraba razones para sumergirme en este drama de la campiña inglesa, en este crimen imposible y tremebundo. John Dickson Carr (o Carter Dickson) se convirtió en el generador de mis emociones literarias extremas, sus historias, que abundaban entre la comunidad cubana adicta a la novela detectivesca, son obras maestras de lo absurdo, del crimen de otro mundo, del asesinato sin homicida.

Pero poco a poco me fui dando cuenta de una cosa relacionada con las novelas detectivescas, sea cual fuese su calidad, el descubrir la identidad del homicida le quitaba casi 80% del interés, tanto así que en algunos casos, daban ganas de lanzar el escrito al cubo de basura y no volver a verlo alguna vez. No entanto, entre tantas obras policiacas, esta junto con algunas otras de Carr aun las tengo en alto aprecio, ya que todo aquello que apele a nuestra emoción y perdure, se puede llamar arte sin ningún temor.

2 comentarios:

Lizardo Cruzado dijo...

Las que a mí me han gustado son varias de la Colección El Séptimo Círculo, iniciada por Borges y Bioy Casares en la editorial argentina Emecé, y que reunían lo mejorcito de la novela detectivesca y de misterio. Aquí podemos encontrar todavía mohosos ejemplares en Amazon(as) por 1 ó 2 soles el ejemplar.
Ciertamente es un género cautivante, amigo mío. Un fraternal abrazo.

Tony Chávez Uceda dijo...

Asi es Lizardo, aun quedan varios ejemplares para ser resenhados en esta bitacora, un abrazo.