martes, 28 de agosto de 2012

Mil abortos al día.




La mujer en estos tiempos es víctima de la exaltación de la lujuria, del proselitismo del deseo, de la deificación del coito. Se le ha hecho creer que es sinónimo de virtud, de cualidad, de prestigio el sentir el deseo de no solo uno ni dos, si no de decenas de hombres. En todos los medios el mercado de la carne se lanza voraz a sexualizar todo, incluso en esta olimpiada, sus libidinosos tentáculos intentan untar de lubricidad a los y principalmente las atletas. 

En este contexto, ya no es la joven que inicia una relación sentimental la que se ve abrumada de exigencias para copular, si no también la pre puber que es embaucada en la creencia que las colegas, amigas o compañeras que ya usan sus órganos reproductores han alcanzado un estatus admirable, que ellas no deben tardar en alcanzar.

El mercado de la carne luego apela a que una mujer debe tener autoestima, que tiene derecho a ser admirada, amada, mimada, adulada, deseada. Pero surge entonces la sempiterna pregunta del maestro Pitigrilli "¿Cuántos varones están dispuestos a seguir admirando, mimando, amando, adulando luego de vaciar sus vesículas seminales?"

Esa debería ser la consciencia de todo varón, sin importar su credo religioso, raza, etnia o condición. Sin importar a que si te golpearás el pecho el domingo, o atarás las filacterias el sábado, o rozarás con tu frente el piso el viernes, la hora de la cópula una parte tuya queda dentro de la mujer, y esa parte está viva y puede generar una vida.

Pero no que va, el sexo en el varón es una trivialidad más, distorsionada por ese mercado de la carne que garantiza que el penetrar a una mujer sexualmente es la única forma de darle una felicidad verdadera. Que en realidad dicha penetración es lo único que garantiza una relación amorosa.

Aquellos que como yo, tenemos hijos varones, estamos en la obligación de mostrarles las podridas entrañas del mercado de la carne. De hacerles ver que al final acaba atentando contra la salud masculina, distorsionando el acto sexual y los órganos sexuales, volviendo las relaciones de pareja totalmente inestables. Ellos deben saber que dicho mercado se lanza voraz sobre todo, y al ser un mercado, es por lo tanto posible hacerlo quebrar, y reclamar nuestra verdadera hombría, aquella que no se mide por el número de coitos, que muchísimas veces acaban en cierto número de abortos.


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