Al inicio de este blog que por mil y unas razones ha ido dando tumbos y tropezones, me había comprometido a describir los eventos que llevaron a mi primera metamorfosis: de un muchacho idealista en un médico. En el ínterin se supone que iba a develar algunos sucesos de mi poca ilustre biografía, lo que al final considero un innecesario total. Por eso y para abreviar el asunto, paso a comentar mi primer contacto con la rabia.
Era el año de 1989, estaba cursando el primer año del tercer nivel de educación en Angola en el Instituto Medio Federico Engels, y en mis ratos libres, no en todos, acompañaba a mi mamá al hospital pediátrico de Lubango. Un día, mientras "estábamos" de guardia entraron dos señoras con un niño de no más de cuatro años, que se encontraba visiblemente agitado. La madre que no hablaba portugués si no Umbundo, era asistida por la tía como traductora. No recuerdo los detalles de la historia clínica, pero el comportamiento nervioso, agresivo, por momentos casi explosivo del niño, despertaron las sospechas de mi madre. Era un caso de rabia. Entonces se me ocurrió sugerirle que deberíamos intentar darle agua para comprobar lo de la hidrofobia. El niño pareció abalanzarse sobre la taza de metal llena de líquido elemento, pero de inmediato la lanzo lejos de el con el primer sorbo.
No se podía hacer más, mi madre me dijo que el pequeño moriría irremediablemente, solo restaba darle algo de sedación en sus últimos momentos.
Eso es lo que admiré siempre de mi madre, tenía una capacidad infinita para hablar de estas cosas con la mayor compasión y humanidad posible. Internaron al pequeño en el ambiente de aislamiento, las benzodiacepinas hicieron su efecto y se sumió en un inquieto sueño. Le pedí permiso a mi madre para quedarme a su lado. No sé que me impulsó ha hacerlo, pero allí me quedé. Entonces la tía del paciente se me acercó y me dijo "su madre ha salido, no quiere estar presente cuando su hijo muera". Entré rápidamente en el aislamiento, el niño yacía inmóvil en la cama, estaba muy frío al tacto. No supe que hacer, entonces toqué su cuello sin sentir el pulso, fui corriendo a avisarle a mi madre, y ella llegó para certificar el deceso.
La madre entonces regresó, y hasta ahora no puedo olvidar su llanto, el llanto más corto y discreto que he visto, sin gritos, aspavientos, desmanes. Luego comenzó a envolver al pequeño en uno de esos mantos africanos multicolores, para llevarlo a su casa.
Esa noche pensé mucho en lo que había pasado, había sido testigo de la muerte de un ser humano, por primera vez, y no me sentía asqueado, abatido, algo triste tal vez. Me dije a mi mismo que si podía mantener este tipo de tranquilidad ante la muerte, tendría la capacidad de ser médico.
De esa manera quedó plantada en mí la semilla de la medicina. Aunque en esos tiempos aun quería ser físico teórico, la medicina se convirtió en opción.
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Charonboat.com tiene en esta página un video de un paciente con rabia. No es un espectáculo, y no lo recomiendo como entretenimiento, solo para que tengan una idea de lo que me tocó presenciar.
Centro Antirrábico de Lima
1 comentario:
Cuánto tiempo sin leerte, Tony. Me ha resultado absolutamente conmovedora esta experiencia que describes. Uno de mis hijos decidió ser médico (terminará sus estudios en un mes); estoy segura de que le gustará leer tu post. Un saludo desde el norte.
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